El hombre no puede conocer bien a Dios, si Dios no se manifiesta al hombre. A esta manifestación se le llama Revelación. Hay dogmas (conocimiento que es considerado principio innegable, firme y cierto de nuestra fe católica), como el de la Santísima Trinidad, que el hombre sólo lo conoce por revelación de Dios.
La Revelación es la manifestación que Dios ha hecho a los hombres de Sí mismo y de aquellas otras verdades necesarias o convenientes para la salvación eterna. «Al revelarse Dios a sí mismo quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas» (Catecismo de la Iglesia Católica, 52).
La revelación presupone los hechos y palabras exteriores, que percibimos por los sentidos, pero acontece fundamentalmente en el corazón del hombre. Los hechos exteriores necesitan de una luz interior; el mensaje que desde fuera nos es ofrecido necesita pulsar nuestro corazón con una fuerza que permita a nuestra libertad abrirse con alegría a sus exigencias. Por ello la revelación tiene su expresión correlativa en la fe, que es igualmente don divino.La doctrina revelada por Dios se encuentra en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que nos ha transmitido las verdades de la fe oralmente.
No todas las verdades de la fe están en la Biblia. Algunas las conocemos sólo por la Tradición. Por ejemplo: todos sabemos que Jesucristo fue soltero, pero esto no está en ningún versículo de la Biblia.
Por eso el principio protestante de «sólo la Escritura» no es válido. Pues además esto supone que cada uno tiene su Biblia para poder leerla e interpretarla, y esto no fue posible para los cristianos durante 1.400 años, antes de inventarse la imprenta. La imprenta la inventó Guttemberg en 1450.
Los primeros cristianos recibieron la fe por la palabra predicada, no por la escrita. Muchos no sabían leer, y pocos podían tener un manuscrito de la Biblia.
Y, para total seguridad, era necesario dominar la lengua original del autor.
Es decir, resulta evidente que el principio protestante de «solo la Escritura», no es válido.
Es verdad, como dice San Pablo (2Tim 3, 16s), que la Biblia es necesaria, pero eso no excluye que también es necesaria la Tradición.
Si yo digo que el agua es necesaria para vivir, no quiero decir que baste el agua para vivir.
Escritura y Tradición enlazan directamente con los Apóstoles y gozan de la misma autoridad. (...) La Escritura y la Tradición son las fuentes que nos dan acceso a la Revelación.
La Biblia y la Tradición proceden de la misma fuente. Son los dos canales por los que nos llega el contenido de la Revelación.
La Biblia y la Tradición están íntimamente unidas y tienden a un mismo fin; por eso los pasajes oscuros de la Sagrada Escritura se iluminan con la Tradición. Esto lo expresa el Concilio Vaticano II con estas palabras: «La Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza acerca de todo lo revelado; por eso la Sagrada Escritura y la Tradición se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción». «La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia» (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática 'Dei Verbum' sobre la Divina Revelación, nº 9s).
La Sagrada Biblia nos transmite la palabra de Dios escrita.
La Tradición nos transmite las enseñanzas orales, transmitidas de viva voz de una generación a la siguiente.
«La tradición apostólica era la clave para el canon de los libros inspirados, diciéndonos qué doctrinas deben enseñar (o no enseñar) los libros apostólicos, y diciéndonos qué libros fueron escritos por los apóstoles y sus compañeros. Irónicamente los protestantes, que normalmente se burlan de la tradición en favor de la Biblia, ellos mismos están usando una Biblia basada en la tradición.
La Tradición es más amplia que la Escritura. Las dos transmiten lo que proviene de la palabra de Dios; proceden de una misma fuente y son los dos canales por lo que nos llega el contenido de la Revelación. Por tanto entre Escritura y Tradición hay una íntima relación.
Los Apóstoles enseñaron principalmente de palabra, como ellos habían sido enseñados por Nuestro Señor. Cristo no escribió nada. Se limitó a predicar.
Y a los Apóstoles no les dijo «escribid», sino «predicad». Jesús dijo: «El que a vosotros oye, a mí me oye» (Lc 10, 16). «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28, 19). Por eso «la fe viene por la predicación» (Rom 10, 17).
Jesús les enseñó muchas cosas que no están en la Sagrada Escritura, pero han llegado hasta nosotros transmitidas de viva voz de generación en generación por la Tradición oral de la Iglesia: San Pablo, escribiendo a los de Tesalónica les dice: «Hermanos, sed constantes y guardad firmemente las enseñanzas que habéis recibido de nosotros, ya de palabra, ya por escrito» (Tes 2, 15). «Cuando recibisteis la palabra de Dios, que nosotros predicamos, la aceptasteis no como palabra de hombre, sino cual realmente es palabra de Dios, que obra en vosotros los creyentes» (Tes 2, 13).
A Timoteo le dice: «Conserva viva la doctrina que has oído de mí» (Tim 1, 13). «Lo que has oído de mí, trasmítelo a otros, para que a su vez lo enseñen a otros» (Tim 2, 2).
San Pablo alaba «a los que conservan las tradiciones tal como él las transmitió» (1Cor 11, 2).
Todo esto está indicando que la doctrina evangélica se trasmite por la predicación oral, es decir, por la tradición.
Hay que distinguir entre la Tradición Apostólica, con mayúscula, objeto de fe, y las tradiciones humanas, con minúscula, que no afectan a la fe: son costumbres.
Cuando decimos «Sagrada Tradición» entendemos las enseñanzas de Jesús y, después de Él, de los Apóstoles a quienes envió a enseñar (Mt 28, 20).
Estas enseñanzas han sido entregadas a la Iglesia Es necesario para los cristianos creer y seguir firmemente esta Tradición, lo mismo que la Biblia. Dijo Cristo: «El que os escucha a vosotros me escucha a mí; y el que os rechaza a vosotros, a mí me rechaza» (Lc 10, 16).
La Iglesia está protegida por el Espíritu Santo, que la preserva de todo error (Jn 14, 16).
La Sagrada Escritura está contenida en la Biblia. La Biblia consta de setenta y tres libros divididos entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Esta lista integral es llamada "Canon de las Escrituras". Canon viene de la palabra griega "kanon" que significa «medida, regla». El Canon comprende para el Antiguo Testamento cuarenta y seis escritos, y veintisiete para el Nuevo.
Éstos son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, y Malaquías, para el Antiguo Testamento.
Para el Nuevo Testamento, los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y segunda a los Tesalonicenses, la primera y segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la Epístola a los Hebreos, la Epístola de Santiago, la primera y segunda de Pedro, las tres Epístolas de Juan, la Epístola de Judas y el Apocalipsis.
Lo que divide estas dos colecciones de libros es la Persona de Jesucristo. Lo que se escribió antes de Él, es el Antiguo Testamento. Lo que se escribió después de Él, es el Nuevo Testamento.
Para facilitar la búsqueda de los pasajes, el texto se ha dividido en capítulos, y dentro de éstos se han numerado los párrafos (versículos). Estas divisiones son posteriores a los evangelistas. La división en capítulos se debe a Esteban Langton, en el siglo XIII, y la división en versículos a Roberto Estienne, en el siglo XVI.
Los salmos tienen dos numeraciones debido a la diferente numeración de la Biblia hebrea y la griega, en las que se dividen en dos los salmos 9 y 147, respectivamente.
Jesucristo ha encargado a la Iglesia la interpretación y vigilancia sobre la Sagrada Escritura y Tradición, para evitar el error (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática 'Dei Verbum' sobre la Divina Revelación, nº10) .
Por eso no se pueden leer todas las traducciones de la Biblia, sino sólo aquellas que tienen aprobación eclesiástica, y por lo tanto nos consta que no contienen errores. Hay pasajes de la Biblia que son difíciles de entender, como advirtió San Pedro (2Pe 3, 16) .
«Para descubrir lo que el autor sagrado quiere afirmar hay que tener en cuenta la forma de pensar y de hablar de su tiempo» (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática 'Dei Verbum' sobre la Divina Revelación, nº12) .
«El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la Palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado. Por mandato divino y con asistencia del Espíritu Santo, la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad; y de este único depósito de la fe saca lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer» (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática 'Dei Verbum' sobre la Divina Revelación, nº10).
La libre interpretación de la Biblia de los protestantes da lugar a multitud de interpretaciones equivocadas y opuestas entre sí, pues no todo el mundo está preparado para conocer los géneros literarios de los distintos pasajes bíblicos, ni para entender la lengua en que se escribió el texto bíblico original.
Hay que tener en cuenta los modos de pensar y de expresarse que se usaba en tiempos del escritor (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática 'Dei Verbum' sobre la Divina Revelación, nº12).
Por eso hace falta un magisterio entendido, que oriente con autoridad en la interpretación bíblica.
Dijo Cristo que, «la verdad nos hará libres» (Jn 8, 32). Quien está en la verdad objetiva pisa firme, se siente seguro. Quien piensa que la verdad es relativa, que cada cual tiene su verdad, está en un error.
La verdad tiene un valor absoluto. Quien no se ajusta a la verdad objetiva está en un error. La verdad objetiva no depende de nuestro parecer ni de nuestros deseos. Por deseo de ser conciliador y tolerante, no puedo decir que la verdad es el término medio de dos opiniones distintas. Si uno dice que la capital de España es Madrid y otro que es Barcelona, yo no puedo decir que es Zaragoza porque está equidistante entre Madrid y Barcelona. Cuando se trata de valores subjetivos cada uno puede tener su verdad. Pero cuando se trata de valores objetivos, la verdad objetiva es la misma para todos.
Por ejemplo: uno puede dormir mejor con la ventana de la habitación abierta y otro con ella cerrada. La temperatura ideal para dormir puede variar según las personas. Pero las temperaturas de la evaporación del agua y su solidificación son siempre 100º y 0º centígrados respectivamente.
El Cardenal Ratzinger dijo en una ocasión: «La tolerancia que todo lo acepta se despreocupa de la verdad». Frente a los múltiples errores, hay una verdad objetiva. Frente a la verdad objetiva no somos libres. Tenemos obligación de someternos a la verdad objetiva. Todos los médicos tienen obligación de decir que el órgano de la visión es el ojo, ninguno puede decir que vemos por la nariz. Todos los químicos del mundo tienen la obligación de decir que el agua es H2O, ninguno puede decir que es ClNa. Todos los matemáticos del mundo tienen obligación de decir que _ es la relación de la circunferencia a su diámetro, una constante, que en el sistema decimal es 3´141592... y no 8´2432... Si a un niño le dan un mapa con todas las ciudades de Europa para que señale las capitales de cada nación, y él elige las ciudades que más le gustan por su nombre, esto no cambia la verdad. Las capitales seguirán siendo las que son independientemente del parecer del niño.
La verdad no me permite opinar libremente lo que yo prefiera. La verdad orienta la libertad, no la quita. Como las vías del tren que orientan la ruta del tren, pero no le impiden avanzar, sino que le ayudan. Un tren fuera de la vía, se despeña. Subordinar la verdad a mi libertad es ridículo. La mentira no interesa a nadie con sentido común: queremos café de verdad, no agua sucia; medicinas de verdad, no pócimas ineficaces; amistad de verdad, no traidores. Todo esto es indiscutible para una persona normal.
Lo mismo pasa con la verdad religiosa. El bien de la libertad religiosa no es el tener libertad para elegir el error, sino elegir libremente la verdad sin sentirse coaccionado. La verdad objetiva es dogmática, invariable. El error es libre. Para encontrar la verdad hay un sólo camino. Para equivocarse hay muchísimos. En la estación del ferrocarril un sólo tren me lleva a mi destino.Todos los demás me pierden.
Hoy algunos cambian la verdad objetiva por la opinión personal («eso para mí no es pecado»), la belleza estética por la moda (moda de pantalones tejanos sucios y rotos), y la bondad ética por el placer (libertinaje sexual). Pero siempre quedará en pie que los tres grandes valores del ser son la verdad, la belleza y el bien.
Incluso en cosas accidentales no siempre podemos cambiarlas a nuestro capricho. El orden de las letras del abecedario es el que es, y yo no puedo alterarlo a mi capricho, aunque en absoluto podría ser otro. Pero así está establecido para todos. No depende de la voluntad de cada uno.
La fe es libre, no en el sentido de que dé lo mismo creer que no creer; sino que al no ser axiomática no se impone a la razón, sino que ésta queda en libertad para aceptarla o rechazarla a pesar de que sea razonable. Aunque la fe sea oscura. Ya lo dice la Biblia: La fe es garantía de lo que se espera y convicción de las realidades que no se ven (Hb 11, 1).
Es oscura, porque no es evidente. Sin embargo es cierta porque son verdades reveladas por Dios, que no puede engañarse ni engañarnos. Y los motivos de credibilidad la hacen razonable.
Escritura y Tradición
La Iglesia tiene bajo su custodia las Sagradas Escrituras, toda revelación que ha sido dada por Dios a su gente, y su explicación se basa en las Sagrada Escrituras. La Sagrada Tradición también es parte de sus bases y nosotros nos adherimos a la Tradición para poder respetar la autoridad de la Iglesia. Nuestro Señor le dijo a los apóstoles "El que les escucha a ustedes me escucha a mi, el que les rechaza a ustedes me rechaza a mi. Aquel que me rechaza, rechaza a aquel que me envió".
Muchos han cuestionado las enseñanzas de la Iglesia a través de la historia, ellos han desecrado la verdad por eso han recibido el nombre de herejes.
La Iglesia en su Sabiduría ha tenido varios concilios para proclamar ciertas enseñanzas como Dogmas, los cuales quieren decir verdades definitivas o principios que no pueden ser cambiados.
El Protestantismo ha desafiado las enseñanzas de la Iglesia y se ha alejado de la doctrina sólida trasmitida por los Apóstoles.
Los Protestantes niegan el Sacerdocio, el poder del Sacerdote para perdonar los pecados. Ellos no creen en la verdadera Presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía, no creen en la autoridad del Papa, no aceptan los dogmas de la Iglesia Católica, no creen en la Santidad de La Virgen María y en el poder de su intercesión, no creen en la intercesión de los santos, no creen en el Purgatorio; en síntesis ellos no creen lo que nosotros los Católicos creemos en nuestro Credo. Existen miles de diferentes denominaciones cristianas reclamando ser la verdadera Iglesia, pero nosotros sabemos que el Señor dijo: "Sobre ti Pedro, la roca, Yo fundo mi Iglesia", no mis iglesias.
No podemos basar nuestra fe solamente en las Escrituras, porque aun San Pablo, refiriéndose a la Sagrada Eucaristía, dice: "Lo que yo he recibido del Señor también les trasmito a ustedes..."; en la segunda carta a los Tesalonicenses 2:15 El dice, "Así hermanos y hermanas , párense firmes y aférrense a las tradiciones que nosotros les enseñamos, ya sea de palabra o por carta."
Muchos Cristianos reclaman que la Biblia es su única autoridad, pero eso no es lo que nos enseña la Biblia, realmente en la Segunda carta de Pedro 1:20-21 leémos: "Entendiendo ésto primero, que no profecía de Escritura se puede hacer a través de la interpretación privada" (En otras palabras ninguna profecía o escritura es asunto para nuestra interpretación única o personal).
Cristo llamó a la Iglesia, "MI IGLESIA", ésto es lo que aparece en el Nuevo Testamento, pero por la tradición de los Apóstoles y de los Padres que fueron discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos, ha llegado hasta nosotros el nombre de católica.
Sabemos que la Iglesia Católica es la misma que el Señor fundó sobre Pedro, "La roca". Jesús comisionó los Apóstoles para proclamar el Evangelio, para hacer discípulos de todas las naciones y para bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La Iglesia de hoy es la misma de hace 2000 años, todavía tenemos las mismas enseñanzas que el Señor le entregó a los apóstoles y poseemos la misma fuente de Gracia para nuestra Salvación: los Sacramentos.