sábado, 16 de mayo de 2015

Rel1 B4 Los Sacramentos: El Bautismo

El Bautismo.

El primer sacramento de la iniciación cristiana es el Bautismo. 

Bautizar significa «sumergir» en el agua. Este signo simboliza que el catecúmeno es sumergido en la muerte de Cristo y resucita con Él «como una nueva criatura» (2 Co 5, 17). Por eso se llama también «baño de regeneración» en el Espíritu Santo (Tt 3, 5), e «iluminación», porque el bautizado recibe la luz de los hijos de Dios.

El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al catecúmeno o derramar agua sobre su cabeza, mientras se invoca el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

El Bautismo perdona el pecado original, todos los pecados personales y todas las penas debidas al pecado; hace participar de la vida divina trinitaria mediante la gracia santificante, la gracia de la justificación que incorpora a Cristo y a su Iglesia; hace participar del sacerdocio de Cristo y constituye el fundamento de la comunión con los demás cristianos; otorga las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. El bautizado pertenece para siempre a Cristo: en efecto, queda marcado con el sello indeleble de Cristo (carácter).

Partes del Rito Bautismal 




Señal de la cruz en la frente. Signación.

El celebrante, los padres y los padrinos signan al niño en la frente «con la señal de Cristo Salvador». Con este signo culmina la acogida que la comunidad cristiana hace al neófito.

La signación es uno de los ritos más tradicionales de acogida. De esta manera el que es presentado queda ya orientado en la línea de aquello que vendrá a ser por el agua y el Espíritu: un cristiano. Todo esto bajo el signo de la cruz gloriosa de Jesucristo, donde está «nuestra salvación, vida y resurrección».
Desde que Jesucristo murió en ella, la Cruz se ha convertido en el símbolo primordial de los cristianos. De instrumento de tortura para ajusticiar a los malhechores pasó a ser el símbolo por excelencia de la muerte salvadora. Para San Pablo la Cruz es como el resumen de toda la obra redentora de Cristo. La Cruz ilumina toda la vida del cristiano, da esperanza y asegura la victoria. Es señal de fidelidad: hay que tomar la cruz, cada uno la suya, y seguir a Jesús.
La señal de la Cruz en la frente es un gesto sencillo, pero de hondo significado. Es una verdadera confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es como si dijéramos: «estoy bautizado, pertenezco a Cristo, él es mi Salvador». A la hora de empezar a ser cristiano, esa señal es como una marca de fe y de posesión en Cristo Salvador. Por eso, siempre que hacemos la señal de la Cruz estamos recordando de algún modo nuestro Bautismo. La Cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de la existencia cristiana. Esta señal nos acompañará durante toda nuestra vida.
Los cristianos hacemos con frecuencia la señal de la Cruz: unas veces nosotros mismos sobre nuestras personas, otras nos la hacen como en el caso de los sacramentos, invocando a la Santísima Trinidad. La Eucaristía, por ejemplo, comienza y termina con la señal de la Cruz.

Óleo de los catecúmenos. Unción.

Con el óleo de los catecúmenos se hace sobre el pecho la unción del Bautismo. «Para que el poder de Cristo Salvador os fortalezca, os ungimos con este óleo de salvación en el nombre del mismo Jesucristo, Señor nuestro». La unción antes del Bautismo con el Óleo de los Catecúmenos significa purificación y fortaleza; es un gesto que recuerda a los atletas y luchadores, que ya desde antiguo se daban este masaje, preparándose para el combate y el esfuerzo.

En los primeros siglos esta unción tuvo sentido de exorcismo, de renuncia y de invocación contra todo mal. Ahora quiere transmitir la fuerza de Dios para el que empieza la vida cristiana, que probablemente será difícil. «Concede fortaleza a los catecúmenos que han de ser ungidos con él, para que, al aumentar en ellos el conocimiento de las realidades divinas y la valentía en el combate de la fe, vivan más hondamente el Evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea cristiana, y admitidos entre los hijos de adopción, gocen de la alegría de sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia». (Bendición del óleo de los catecúmenos).
"La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia y de alegría; purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas, y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza. Todas estas significaciones de la unción se encuentran en la vida sacramental. La unción antes del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación y fortaleza" (Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1293-1294).

Benedicto XVI también nos ha hablado de este santo óleo en alguna de sus homilías:

"Tenemos en primer lugar el óleo de los catecúmenos. Este óleo muestra como un primer modo de ser tocados por Cristo y por su Espíritu, un toque interior con el cual el Señor atrae a las personas junto a Él. Mediante esta unción, que se recibe antes incluso del Bautismo, nuestra mirada se dirige por tanto a las personas que se ponen en camino hacia Cristo – a las personas que están buscando la fe, buscando a Dios. El óleo de los catecúmenos nos dice: no sólo los hombres buscan a Dios. Dios mismo se ha puesto a buscarnos. El que Él mismo se haya hecho hombre y haya bajado a los abismos de la existencia humana, hasta la noche de la muerte, nos muestra lo mucho que Dios ama al hombre, su criatura. Impulsado por su amor, Dios se ha encaminado hacia nosotros.
“Buscándome te sentaste cansado… que tanto esfuerzo no sea en vano”, rezamos en el Dies irae. Dios está buscándome. ¿Quiero reconocerlo? ¿Quiero que me conozca, que me encuentre? Dios ama a los hombres. Sale al encuentro de la inquietud de nuestro corazón, de la inquietud de nuestro preguntar y buscar, con la inquietud de su mismo corazón, que lo induce a cumplir por nosotros el gesto extremo. No se debe apagar en nosotros la inquietud en relación con Dios, el estar en camino hacia Él, para conocerlo mejor, para amarlo mejor. 
En este sentido, deberíamos permanecer siempre catecúmenos. “Buscad siempre su rostro”, dice un salmo (105,4). Sobre esto, Agustín comenta: Dios es tan grande que supera siempre infinitamente todo nuestro conocimiento y todo nuestro ser. El conocer a Dios no se acaba nunca. Por toda la eternidad podemos, con una alegría creciente, continuar a buscarlo, para conocerlo cada vez más y amarlo cada vez más. “Nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”, dice Agustín al inicio de sus Confesiones. 
Sí, el hombre está inquieto, porque todo lo que es temporal es demasiado poco. Pero ¿es auténtica nuestra inquietud por Él? ¿No nos hemos resignado, tal vez, a su ausencia y tratamos de ser autosuficientes? No permitamos semejante reduccionismo de nuestro ser humanos. Permanezcamos continuamente en camino hacia Él, en su añoranza, en la acogida siempre nueva de conocimiento y de amor"" 
Benedicto XVI, Homilía en la Misa Crismal, 21 de abril de 2011.

Agua. Baño.

El agua del Bautismo debe ser agua natural y limpia, para manifestar la verdad del signo y hasta por razones de higiene, dice el Ritual en la Introducción.

El bautismo no es el agua, sino el baño del agua, que toma sentido en la fe, como acción regeneradora de Jesucristo. En el fondo, el que realiza la renovación y la regeneración es el Espíritu de Jesús Resucitado. El agua es el símbolo, el signo eficaz de este misterio de vida y de gracia que Dios nos comunica en el Bautismo.

«Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua par significar la gracia del Bautismo... Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el Bautismo, muera al hombre viejo, y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu Santo» (Bendición del agua).

El agua sacia la sed, limpia y purifica. Se ha convertido en el signo de la pureza interior del hombre. Para los israelitas lavarse las manos antes de comer o de rezar, no era sólo cuestión de higiene, sino sobre todo de purificación moral. En el Bautismo, este aspecto purificador del agua, aunque no es el más importante, está presente como signo del perdón del pecado original, en el que todos nacemos. «Dios todopoderoso,.. te pedimos que este niño, lavado del pecado original, sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él» (Oración de exorcismo).
Jesús es el Agua viva que apaga la sed. «El que beba de esta agua no volverá a tener sed». «El que crea en mí no tendrá nunca sed». En el Bautismo los creyentes renacen del agua y del Espíritu. El agua es símbolo de fertilidad, de fecundidad, de vida. Es el tesoro más preciado, sin el agua la tierra sería un planeta muerto.
En la oración de bendición del agua del Bautismo se desarrolla una admirable catequesis del significado del agua en el misterio de la salvación. "Oh Dios,... cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo se cernía sobre las aguas,... que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad,... que hiciste pasar a pie enjuto por el Mar Rojo a los hijos de Abraham,... cuyo Hijo, al ser bautizado en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo... Mira, ahora, a tu Iglesia en oración, y abre para ella la fuente del Bautismo...»
El Bautismo de Jesús en el Jordán es el prototipo de nuestro Bautismo. Hay dos formas de realizar el gesto del baño del agua: por infusión, echando el agua sobre la cabeza del bautizando, o por inmersión, sumergiendo al bautizando en el agua. Ambas formas son legítimas. Etimológicamente «bautismo» significa «sumergirse».

El sacramento del Bautismo significa el nuevo nacimiento, la incorporación a Cristo en el misterio de su Muerte y Resurrección. «¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte?. Por el bautismo fuimos sepultados con él, en la muerte, para que así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6,3-4). Este misterio de incorporación a la Pascua de Cristo queda mejor expresado simbólicamente por el gesto de inmersión, y por eso lo subraya el Ritual, aunque de hecho, por razones prácticas, apenas se utiliza.






Antiguamente se consideraba «entrar en el agua» como símbolo de «entrar en la nueva vida con Cristo». La infusión de agua por tres veces sobre la cabeza expresa más bien la purificación que el agua realiza.

En la Vigilia pascual somos asperjados con el agua bautismal, después de renovar las promesas de nuestro Bautismo. Así recordamos que fuimos incorporados a la Pascua de Cristo, el paso de la muerte a la vida.

Santo Crisma. Unción.

La unción del Santo Crisma después del Bautismo, en la Confirmación y en la Ordenación, es el signo de una consagración. Por esta unción se confiere al bautizado la capacidad de ejercer un sacerdocio real de intercesión por el mundo y es incorporado al Pueblo de Dios.

Vestidura Blanca. Imposición.

Los vestidos, además de su función protectora y estética, pueden tener una intención simbólica. El presidente y los ministros de la celebración se revisten de modo simbólico para su ministerio. Contribuyen al decoro y estética de la celebración, y ayudan a comprender el misterio que se celebra.

Después de la unción con el crisma, el padrino o la madrina impone al neófito la vestidura blanca. Es claro el simbolismo de este vestido . En los primeros siglos el recién bautizado lo conservaba puesto desde la Vigilia pascual, en que se celebraba el bautismo, hasta el domingo siguiente, llamado «Dominica in albis», o de la deposición de las vestiduras.

«[Nombre], eres ya nueva criatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna». El vestido blanco quiere ayudar a comprender en profundidad lo que sucede en el Bautismo: convertirse en nueva creatura, revestirse de Cristo.

Originariamente la octava de Pascua fue concebida como una octava del Bautismo, para asegurar a los neófitos una catequesis postbautismal y orar por los nuevos miembros de la Iglesia. Este aspecto aparece destacado también actualmente en algunas antífonas y oraciones de la Misa. «Como niño recién nacido, ansiad la leche auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos». «Acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestable riqueza del bautismo que nos ha purificado».

Luz. Vela encendida en el cirio pascual.

En nuestra civilización de la luz artificial, la luz de unas velas, aunque no hicieran falta para ver, y aunque sólo fueran de adorno, puede significar muy expresivamente la fiesta, la atención, el respeto, la oración, la presencia de lo invisible, la felicidad, el paso a una nueva existencia iluminada por Cristo.

En la Vigilia pascual celebramos con el simbolismo de la luz la resurrección de Cristo y nuestro paso de las tinieblas del pecado a la vida en Cristo. En la celebración del Bautismo durante todo el año se enciende el cirio pascual como recuerdo gráfico de que al ser bautizados participamos en la Pascua del Señor.

El padre o el padrino enciende la vela en el cirio pascual, que le muestra al neófito, mientras el celebrante dice: «Recibid la luz de Cristo. A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestro hijo, iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz. Y perseverando en la fe, pueda salir con todos los santos al encuentro del Señor» (Bautismo de niños). «Has sido transformado en luz de Cristo. Camina siempre como hijo de la luz, a fin de que perseveres en la fe y puedas salir al encuentro del Señor cuando venga con todos los santos en la gloria celeste» (Bautismo de adultos).

En los primeros siglos se hablaba del Bautismo como de una «Iluminación». La vida nueva que el Espíritu dio a Cristo en la Resurrección (cirio pascual) se transmite ahora a cada uno de los bautizados (cirio personal).
En la Vigilia pascual todos los años encendemos nuestro cirio en el cirio pascual, que lo mantendremos encendido durante la renovación de las promesas de nuestro Bautismo y la profesión de fe. «Por el misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el Bautismo, para que vivamos una vida nueva» (Monición para la renovación de las promesas bautismales).

"Effetá" ("Abríos"). Tocar los oídos y la boca.

Si al celebrante le parece oportuno, después de la entrega del cirio, puede añadir el rito del «Effetá». Tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño, dice: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén».

La salvación que ofreció Jesús era una salvación total, espiritual y corporal a la vez. Y lo manifestaba continuamente con gestos visibles. Al sordomudo del evangelio, «le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua, diciendo: Effetá, ábrete». Ese "tocar" de Jesús es como la mano de Dios, que por medio de Cristo, sana, bendice, protege, comunica vida, perdona, da seguridad.

La Iglesia, en sus sacramentos, continúa esa acción de Jesús con el mismo lenguaje y sentido de cercanía espiritual y corporal.
Además, el rito del «Effetá» tiene el sentido que se desprende de las palabras que le acompañan, de «escuchar la Palabra» y «proclamar la fe». Para ello se le hace el gesto de abrir el oído y la boca, como Jesús «hizo oír a los sordos y hablar a los mudos».
El cristiano, desde su bautismo, es apto para escuchar la Palabra de Dios, y es deber suyo proclamarla. La Iglesia se edifica y crece escuchando la Palabra de Dios. La comunidad cristiana, ante todo, escucha esa Palabra de Dios, dejándose evangelizar por ella. Luego, la predica a la humanidad, dando testimonio de ella. De esta manera, la comunidad evangelizada, se convierte al mismo tiempo en evangelizadora. De creyente, en testigo misionero.
Y el cristiano celebra esta Palabra en la liturgia, dejándose iluminar y alimentar continuamente por ella. A la proclamación de la Palabra la comunidad cristiana responde con una audición llena de fe, dejándose interpelar por el Dios que le habla y traducir lo que ha escuchado en la realidad de la vida diaria. Y todo ello, «para alabanza y gloria de Dios Padre».