sábado, 8 de noviembre de 2014

Rel3 T9 El Purgatorio

Religión 3º ESO
T9 Esperanza presente y futura
El Purgatorio

Catecismo de la Iglesia Católica:  La purificación final o purgatorio

1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

1031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador: «Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro» (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).

1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos: «Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).

Controversia sobre el Purgatorio 

Muchos herejes han puesto en duda la existencia del Purgatorio: gnósticos, arrianos, albigenses... el mismo Lutero que escribió su "Retractación del Purgatorio", en donde lo calificaba de “mera patraña del diablo”, o Calvino que lo llamaba “fábula fatal de Satanás, que destruye la virtud de la cruz de Cristo”. Sin embargo, es sabido que el Purgatorio es una realidad, como prueban tanto las Sagradas Escrituras (Macabeos 2, XII, 32 y siguientes; Corintios 1, III, 11 y siguientes; San Mateo, XII, 32; Tobías, IV, 18; Isaías, IV, 4; etc., etc.) o las doctrinas de Suárez y de Belarmino, de Tertuliano en su "De monogamia", de san Cipriano, de San Cirilo de Jerusalén, de San Juan Crisóstomo, de San Agustín, o el libro de Santa Catalina de Génova "Del Purgatorio", o las decretales de los Concilios Cartaginense III y IV, Romano IV, Aurelianense, Toletano XI, Cabilonense, Womartiense, Lugdunense II, Florentino, Tridentino y tantos otros, que es de admirar la gente que ha puesto en duda su existencia.

Testimonios del Purgatorio

Del Purgatorio y del Infierno tenemos los testimonios escritos de santos como Margarita María Alacoque, Gertrudis, Brígida de Suecia, Juan María Vianney, María Faustina, Catalina de Siena, Catalina de Génova y otros, y de videntes como los niños de Fátima o Kibeho, Medjugorje o Garabandal

Pero hay otras pruebas reales y concretas como las recogidas en una pequeña sala de la Iglesia del Sacro Cuore di Gesù in Prati (llamada también Sacro Cuore del Suffragio) de Roma. Esta iglesia neogótica a orillas del Tíber, a diez minutos de la plaza de San Pedro, es única porque acoge el Pequeño Museo del Purgatorio.

La misión de la Orden del Sagrado Corazón, fundada en 1854 en Francia, era rezar y ofrecer misas por el descanso de las almas del Purgatorio. Su capilla en Roma, dedicada a Nuestra Señora del Rosario, fue destruida por un incendio en 1897. Tras el hecho, el sacerdote al que se había confiado la capilla, el padre Victor Jouët, se quedó sin palabras viendo, sobre uno de los muros quemados, la imagen de un rostro sufriente de lo que parecía ser un alma del Purgatorio. Pío X le permitió viajar por toda Europa recogiendo reliquias que atestiguaran las visitas de las almas del Purgatorio.

Una reliquia en el museo muestra una sección de madera de un escritorio perteneciente a la venerable Madre Isabella Fornari, abadesa del Monasterio de las Clarisas Pobres de San Francisco en Todi. La Madre Isabella fue visitada por el abad precedente, el difunto padre Panzini, de la orden de los Benedictinos Olivetanos en Mantua el 1 de noviembre de 1731. Para mostrarle que estaba sufriendo en el Purgatorio, el abad puso la mano izquierda “llameante” en el escritorio, dejando una huella quemada, y grabó una cruz sobre la madera con su índice ardiente. Posó también la mano sobre la manga del hábito de la abadesa, quemando el tejido y llegando hasta el brazo hasta el punto de hacerlo sangrar. La abadesa refirió lo sucedido a su confesor, el sacerdote de la Santa Cruz Isidoro Gazata, quien le pidió que cortara las partes del hábito y donara el pequeño escritorio. Quedó claro que todo tenía origen sobrenatural.

En 1815 Marguerite Demmerlé, que vivía en la diócesis francesa de Metz, fue visitada por un alma que se identificó como su suegra, muerta de parto treinta años antes, y le pidió que fuera en peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Mariental y que celebrara dos misas por ella. Marguerite le pidió un signo, y el alma puso su mano en el libro “La imitación de Cristo” que Marguerite estaba leyendo, dejando la huella en la página abierta. La suegra volvió a aparecerse después de la peregrinación y de las misas para darle las gracias y decirle que había sido liberada del Purgatorio.

En 1875 Luisa Le Sénèchal, muerta dos años antes, se apareció a su marido Luis en su casa de Ducey, en Francia. Pidiendo sus oraciones, dejó signos quemados de sus cinco dedos sobre el gorro de dormir como prueba concreta para su hija de la petición de decir misas por el descanso de su alma.

Pero el testimonio más impresionante que he llegado a conocer es el de María Simma, mujer austriaca que, al parecer, desde temprana edad recibió de Dios el don de recibir la presencia sobrenatural de las almas del Purgatorio, que acudían a ella en busca de oración y ayuda para acortar su tiempo de expiación. A cambio, María Simma recibía de estas almas revelaciones sobre el Purgatorio.

"Dándonos una advertencia de este tipo, Dios nos muestra una gran misericordia. Nos exhorta del modo más eficaz a asistir a las pobres almas sufrientes y a estar atentos en lo que respecta a nosotros",  F.X. Schouppe, S.J.

Aunque la Iglesia no afirma conocer la naturaleza del sufrimiento de las almas del Purgatorio, los comentarios del papa emérito Benedicto XVI y los escritos de Santa Catalina de Génova (1447-1510), sobre todo su “Tratado del Purgatorio”, son instructivos. La Santa describió el Purgatorio no como un lugar envuelto en llamas, sino más bien como un estado en el que las almas experimentan el tormento de las llamas interiores reconociendo su pecaminosidad frente a la perfección de la santidad de Dios y a Su amor por ellos.

Fuentes: