jueves, 26 de octubre de 2017

Algar, años 30: Mártires de la persecución religiosa


Sor Martina Vázquez Gordo
Nació en Cuellar, Segovia, en 1865, en el seno de una familia con hondas raíces cristianas. Sus padres Zacarías y Antonia eran pasteleros y dueños de fincas dedicadas a la agricultura. Martina, desde muy niña, se mostró inteligente, audaz, simpática y muy abierta. Su madre murió pronto y ella se puso a ayudar a su padre en la pastelería mostrando a todos su carácter responsable y jovial. Cierto día, su padre experimentó una caída del caballo y fue llevado bastante grave al Hospital General de Valladolid, regido por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Allí conoció por primera vez a estas Hermanas. En contacto con el dolor, y viendo la labor desarrollada por ellas, surgió en Martina la vocación. Después de hablar con su párroco, decidió romper con su novio y seguir la llamada de Dios, pero sólo si su padre se curaba.

Su padre se curó, pero este no podía entender que su hija mayor le dejase solo con el negocio y los otros cinco hijos, así que Martina rezó y esperó. Durante ese tiempo, Martina ayudó a sus hermanas a prepararse para tomar las riendas del negocio de pastelería. Fue entonces, en 1895, cuando ingresó en la Compañía de las Hijas de la Caridad del Hospital General de Valladolid. Tenía 30 años.

Decisiones valientes y caritativas
A los 31 años se marcha a estudiar al Seminario de Madrid. El período de formación se le hizo muy difícil, pero reflexionó y dijo: «Tengo que poder con el demonio». Y con la gracia de Dios logró terminar bien sus estudios. De allí partió al Hospicio de Pobres de Zamora, donde se encargó de la lavandería y de la cocina durante 12 años. Después la nombraron Superiora del Colegio de la Milagrosa, de esa misma ciudad. Con su carácter decidido, entraba incluso en el casino para convencer a los padres de que debían mandar a sus hijos a ese colegio. En cierta ocasión un padre que jugaba al billar le dijo: «Si usted hace una carambola yo enviaré a mi hijo». Sor Martina cogió el taco, tiró y consiguió la carambola y también que se llenará el Colegio. A partir de este hecho, Sor Martina se hizo muy popular en Zamora.

En 1914 la enviaron de Superiora al Hospital y Escuelas de Segorbe, Castellón, donde había familias que pasaban mucha necesidad. Ella consiguió la alimentación adecuada para los enfermos, arregló los dormitorios, las clases y todos los edificios, aportando para ello incluso sus bienes familiares y solicitando ayudas a personas ricas. Fundó un Comedor de Caridad, que era conocido como la “Gota de Leche”, para niños mal nutridos y un pequeño consultorio médico para madres lactantes. También logró abrir unas estancias para pobres vagabundos a los que visitaba cada día después de la Misa. Además de ayudarles en sus necesidades materiales trataba de buscarles trabajo. Ella misma daba a las chicas necesitadas las clases de corte y confección, además de cultura y doctrina cristiana. Su caridad contagiaba y más de una vez consiguió que los señores ricos salieran a pedir por el mercado y comercios para remediar las desgracias de tantos necesitados que acudían a Sor Martina en busca de ayuda. 

En 1923, tras la derrota de las tropas españolas en la Batalla de Annual, partió al norte de África por petición del rey con otras 42 Hijas de la Caridad para atender a los numerosos soldados heridos en el frente. Por un tiempo, sor Martina se quedará como Superiora en Melilla: limpiando pisos, atendiendo a los soldados heridos y dando órdenes a los militares, cuando la situación lo requería. Solía decir: «A mí los soldados y los pobres son los que me tienen que llevar al cielo». 

Cierto día llegó al Hospital un camión cargado de soldados heridos. Al ver que no había sitio para acoger a tantos heridos pidió a los jefes militare de Melilla que le dejasen el Casino como hospital de  campaña. Uno de los jefes se opuso con aires autosuficientes. Entonces ella cogió el teléfono y llamó al ministro de la Guerra, el cuál respondió inmediatamente a Sor Martina con un telegrama nombrándola Capitán General para que hiciera cuanto deseaba. 

Nuevo reencuentro
En 1926 regresa de nuevo a Segorbe. En 1933 dejó de ser la Superiora, pero siguió en Segorbe entregada al servicio de los más necesitados.

En los años 30 comenzaron las persecuciones religiosas en España. El 26 de julio de 1926, los milicianos invadieron el Hospital y desalojaron a las Hermanas amenazándolas con sus amas, encerrándolas en una casa deshabitada. Los conocidos y la gente que las quería les hacían llegar comida por las ventanas cuando la guardia no vigilaba. Sor Martina presentía lo que iba a pasar y les decía a sus compañeras: «Yo moriré mártir (...) pero tenemos que ser fuertes, el Señor no nos va a fallar. Recemos y pidamos fortaleza al Señor». Así estuvieron viviendo varios meses. El 2 de octubre se confesaron por escrito con un sacerdote que vivía en clandestinidad, justo enfrente de ellas. Se comunicaban con signos a través del cristal de su ventana y así les impartió la absolución.

Ratifica su entrega
En la noche del día 4 de octubre de 1936 vinieron a por ella. No se encontraba bien, pero los milicianos se la llevaron d todos modos. Sor Martina se puso el hábito, emocionada abrazó a cada hermana y les dijo: «Hasta el cielo». Algunas quisieron acompañarla, pero no se lo permitieron. La metieron en el camión y se dirigieron por la carretera de Algar de Palancia (Valencia). Ella, viendo sus intenciones, les dijo: «Me vais a matar, no hace falta que me llevéis más lejos». La hicieron bajar del camión sin que ella opusiese resistencia alguna. Le pidieron que se volviese de espaldas pero ella se opuso diciendo: «Morir de espaldas es de cobardes. Yo quiero recibir la muerte de frente, como Cristo, y perdonar como Él perdonó». Se puso de rodillas, oró con fervor, y sacó del bolsillo una botellita de agua bendita, se santiguó, besó un crucifijo y reconfortada les dijo: «Si os he ofendido en alguna cosa os pido perdón y si me matáis yo os perdono… ¡Cuando queráis podéis disparar!». Con los brazos abiertos, el crucifijo entre los dedos de la mano derecha, antes de recibir los disparos, confesó su fe así: «Creo en las Palabras de Jesucristo: “A quien me declare delante de los hombres, también yo le reconoceré delante de mi Padre”». Y recibió el primer disparo de perdigones en la cara y cuello… Viva aún, pudo exclamar: «Ay Dios mío, ten misericordia de mí», y seguidamente cayó en la cuneta donde quedó empapada en su sangre. Estos milicianos que la dispararon habían sido alimentados por ella en el Comedor de Caridad que ella había fundado.

Así entregó su vida Sor Martina, a los 68 años de edad y más de treinta de servicio como Hija de la Caridad. Su cadáver fue llevado a la mañana siguiente al cementerio del Algar. Al acabar la guerra, sus restos fueron trasladados a Segorbe, junto con otros 45 féretros. Fueron velados en el claustro del Hospital toda la noche. Se celebró una Misa de funeral y fue emocionante ver entre todos el ataúd blanco de Sor Martina, portado a hombros por la Guardia Civil hasta el cementerio.

En junio de 1959 se trasladaron sus restos de Segorbe a Cuellar (Segovia), a petición de la familia. Una sobrina suya aseguró que ella le dijo que iba a morir mártir y quería, si fuese posible, que sus restos estuviesen en su pueblo natal, a los pies de la Virgen del Henar, sirviéndole de alfombra. Y así quedaron depositados como ofrenda de amor, en el camarín del Santuario de Ntra. Sra. del Henar, custodiado por los religiosos carmelitas.

Ad maiorem Dei gloriam.