Joaquina Rey Aguirre, religiosa.
Nació en Begoña, Bilbao, en 1895. Sus padres la bautizaron a los pocos días y fue educada cristianamente con las Hijas de la Caridad de Begoña, profesando una gran devoción a la Virgen María. Al ver el trabajo que las Hermanas realizaban con los pobres se sintió llamada por Dios. Después de vencer las dificultades que ponía su familia, ingresó en la Compañía de las Hijas de la Caridad a los 30 años. Terminado el tiempo de formación inicial, fue destinada a la Casa de la Beneficencia de Valencia como maestra y educadora de las Escuelas y Talleres.
Desempeñó todos sus trabajos con responsabilidad, seriedad y dedicación, ayudando en todo lo que podía a su superiora y a la comunidad. Cuando hacía la guardia con los niños impulsaba mucho la práctica del deporte. Era aficionada al fútbol, pues tenía un hermano futbolista, y disfrutaba mucho enseñando a jugar a los niños en el patio. Cuando los niños le preguntaban algo sobre este deporte ella respondía con destreza y hasta jugaba con ellos a la pelota.
De carácter valiente.
Era valiente, pero también tenía un gran corazón, lleno de ternura y caridad. En su porte se manifestaba sencilla y amable, con una simpatía desbordante y a la vez contagiosa. Esto le servía para limar cualquier aspereza.
Un día de julio de 1936, encontrándose ella en la casa de campo que la congregación tenía en Benicalap, los milicianos comunistas entraron a incautar todo lo que encontrasen, arrancaron una cruz y la tiraron al suelo. Sor Joaquina se arrodilló, cogió la imagen del suelo, la beso y la puso encima de la mesa. Los milicianos le dijeron que la dejase donde estaba, pero ella les respondió: "Hay que ver el destrozo que han hecho con todo. Y con esto ¿qué adelantáis?". Durante unos 15 días estuvieron los milicianos custodiando la casa sin dejar a las hermanas salir o entrar, ni bajar a rezar a la capilla. A pesar de esto, sor Joaquina les daba de comer todos los días.
Sor Victoria Arregui Guinea, religiosa.
Nació en la industrial Bilbao el 19 de diciembre de 1894. Hija de Venancio (jornalero) y Liboria (sus labores). Educada con las Hijas de la Caridad, fue miembro de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa, cultivando con esmero la oración, el servicio a los necesitados y la devoción mariana.
En este ambiente, sintió la vocación y fiel a ella ingresó en la Compañía el 17 de marzo de 1921. Realizó el postulantado en el Hospital provincial de Pamplona y el Seminario en Madrid.
Terminada su formación inicial, fue destinada el 28 de septiembre del mismo año a la Casa Beneficencia de Valencia, a los talleres de bordado del obrador de costura. Era una artista con la aguja y en aquella Casa se bordaban ornamentos para muchas iglesias de España y países extranjeros. Enseñó a muchas niñas a bordar primorosamente. Con su cariño y capacitación fue una excelente maestra.
Sor Victoria era afable y cariñosa, no se enfadaba nunca, ni hablaba mal de nadie; alma sencilla, completamente entregada a las niñas, era piadosa y observante en cumplir con sus deberes.
Al llegar la persecución fue expulsada de la Comunidad con sus compañeras y se refugió en Foyos (Valencia) con Sor Joaquina Rey. Con ella pasó el refugio, la prisión y el martirio, con la diferencia de que Sor Victoria Arregui, más tímida que su compañera, aceptó sin rechistar la condena a muerte y el martirio. Tenía 42 años, después de recibir la absolución y la Eucaristía de manos de D. José Ruiz, sacerdote compañero del martirio. Murió como su compañera gritando: “Viva Cristo Rey”.
Despedidas del establecimiento
El 25 de julio, fiesta del Apóstol Santiago, el capellán D. Ramón Sancho Amat les celebró la última Eucaristía, animándolas a que fueran valientes como el apóstol. Al día siguiente, sin contemplaciones, los comunistas echaron a toda la Comunidad. Se fueron refugiando de dos en dos en casas amigas de la Comunidad. Sor Joaquina fue la última en salir y, una vez que había entregado todo, dejo con gran dolor a sus niños pobres. Ella se refugió con otras hermanas de la comunidad en el pueblo cercano de Foyos, en casa del familiar de una hermana. Allí fueron localizadas y les mandaron presentarse a ella y su compañera, Sor Victoria Arregui, en la sede del Comité comunista; fueron sentenciadas a muerte por su condición de religiosas, juntamente con dos sacerdotes que habían celebrado la Eucaristía clandestinamente en su refugio, D. José Ruiz y D. Antonio Bueno. Este fue su delito y la causa de su muerte.
Sor Joaquina se defendió con argumentos sólidos, antes de aceptar la condena a muerte sin cargos ni juicio previo. Y antes de ser fusilada en la tapia del cementerio de Gilet, arrebató con viveza el arma al verdugo que intentó violarla antes de disparar. Entonces uno de los sacerdotes compañero del martirio, D. José Ruiz, le dijo que no perdiera la ocasión de entrar triunfante en el cielo. Reflexionó inmediatamente, entregó el arma y pidió perdón públicamente por su cobardía. Seguidamente pidió la absolución a D. José, ofreció el perdón a sus perseguidores y aceptó los tiros de muerte mientras gritaba: Viva Cristo Rey. Era el 29 de octubre de 1936 al amanecer.
Traslado de sus restos
La exhumación, reconocimiento y traslado de los cadáveres se realizó muy pronto. Los mismos del Comité las enterraron en el cementerio de Gilet en una fosa común, con las otras personas que acababan de fusilar. Al terminar la guerra, los cadáveres de las Hermanas fueron reconocidos fácilmente ya que los cuerpos y sus ropas estaban bien conservados. Se trasladaron a Foyos y se colocaron en unos nichos hasta pasarlas al Panteón de los Mártires de la Parroquia, junto con tres sacerdotes y 11 seglares, fusilados por su condición de católicos. El 13 de marzo de 1996, el Tribunal eclesiástico que dirigió la exhumación y conservación de los restos de las mártires, con el Juez Delegado del Sr. Arzobispo, D. Francisco Vinaixa Monsonis, el Párroco y parientes de los Mártires, el enterrador, forense, miembros de la funeraria y público se procedió a la exhumación de los restos. La funeraria los trasladó al Colegio de San Juan Bautista de Valencia donde se procedió a su limpieza, siendo depositados en unas urnas nuevas, lacradas, y al final se trasladaron a la Casa de San Eugenio, donde en un pequeño panteón reposan, junto con los restos de otras Hermanas, esperando la resolución de la Iglesia sobre la autenticidad de su martirio. Desde el primer momento de su fusilamiento gozan de la fama de verdaderas santas mártires.
Beato José Ruiz Bruixola, sacerdote. 28 de octubre. Párroco de San Nicolás en Valencia, Presbítero y Mártir.
En la aldea de Gilet, en Valencia, España, José Ruiz Bruixola (1857-1936), presbítero, fue reconocido mártir por la Iglesia al morir durante la persecución Persecución Religiosa de los Años Treinta en España. Nació en Foios y estudió en el Seminario de Valencia. Ordenado en 1882, fue coadjutor de Quart de Poblet y después estuvo en varias parroquias de la capital. Destacó por sus atenciones a los pobres y enfermos. Amigo de don José Bau, formó con él una escuela de espiritualidad para el clero. Siendo párroco de San Nicolás de Valencia, fue capturado y fusilado durante la guerra civil en Gilet, Valencia, por ser sacerdote. Martirizado a los 79 años.
Desempeñó todos sus trabajos con responsabilidad, seriedad y dedicación, ayudando en todo lo que podía a su superiora y a la comunidad. Cuando hacía la guardia con los niños impulsaba mucho la práctica del deporte. Era aficionada al fútbol, pues tenía un hermano futbolista, y disfrutaba mucho enseñando a jugar a los niños en el patio. Cuando los niños le preguntaban algo sobre este deporte ella respondía con destreza y hasta jugaba con ellos a la pelota.
De carácter valiente.
Era valiente, pero también tenía un gran corazón, lleno de ternura y caridad. En su porte se manifestaba sencilla y amable, con una simpatía desbordante y a la vez contagiosa. Esto le servía para limar cualquier aspereza.
Un día de julio de 1936, encontrándose ella en la casa de campo que la congregación tenía en Benicalap, los milicianos comunistas entraron a incautar todo lo que encontrasen, arrancaron una cruz y la tiraron al suelo. Sor Joaquina se arrodilló, cogió la imagen del suelo, la beso y la puso encima de la mesa. Los milicianos le dijeron que la dejase donde estaba, pero ella les respondió: "Hay que ver el destrozo que han hecho con todo. Y con esto ¿qué adelantáis?". Durante unos 15 días estuvieron los milicianos custodiando la casa sin dejar a las hermanas salir o entrar, ni bajar a rezar a la capilla. A pesar de esto, sor Joaquina les daba de comer todos los días.
Sor Victoria Arregui Guinea, religiosa.
Nació en la industrial Bilbao el 19 de diciembre de 1894. Hija de Venancio (jornalero) y Liboria (sus labores). Educada con las Hijas de la Caridad, fue miembro de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa, cultivando con esmero la oración, el servicio a los necesitados y la devoción mariana.
En este ambiente, sintió la vocación y fiel a ella ingresó en la Compañía el 17 de marzo de 1921. Realizó el postulantado en el Hospital provincial de Pamplona y el Seminario en Madrid.
Terminada su formación inicial, fue destinada el 28 de septiembre del mismo año a la Casa Beneficencia de Valencia, a los talleres de bordado del obrador de costura. Era una artista con la aguja y en aquella Casa se bordaban ornamentos para muchas iglesias de España y países extranjeros. Enseñó a muchas niñas a bordar primorosamente. Con su cariño y capacitación fue una excelente maestra.
Sor Victoria era afable y cariñosa, no se enfadaba nunca, ni hablaba mal de nadie; alma sencilla, completamente entregada a las niñas, era piadosa y observante en cumplir con sus deberes.
Al llegar la persecución fue expulsada de la Comunidad con sus compañeras y se refugió en Foyos (Valencia) con Sor Joaquina Rey. Con ella pasó el refugio, la prisión y el martirio, con la diferencia de que Sor Victoria Arregui, más tímida que su compañera, aceptó sin rechistar la condena a muerte y el martirio. Tenía 42 años, después de recibir la absolución y la Eucaristía de manos de D. José Ruiz, sacerdote compañero del martirio. Murió como su compañera gritando: “Viva Cristo Rey”.
Despedidas del establecimiento
El 25 de julio, fiesta del Apóstol Santiago, el capellán D. Ramón Sancho Amat les celebró la última Eucaristía, animándolas a que fueran valientes como el apóstol. Al día siguiente, sin contemplaciones, los comunistas echaron a toda la Comunidad. Se fueron refugiando de dos en dos en casas amigas de la Comunidad. Sor Joaquina fue la última en salir y, una vez que había entregado todo, dejo con gran dolor a sus niños pobres. Ella se refugió con otras hermanas de la comunidad en el pueblo cercano de Foyos, en casa del familiar de una hermana. Allí fueron localizadas y les mandaron presentarse a ella y su compañera, Sor Victoria Arregui, en la sede del Comité comunista; fueron sentenciadas a muerte por su condición de religiosas, juntamente con dos sacerdotes que habían celebrado la Eucaristía clandestinamente en su refugio, D. José Ruiz y D. Antonio Bueno. Este fue su delito y la causa de su muerte.
Sor Joaquina se defendió con argumentos sólidos, antes de aceptar la condena a muerte sin cargos ni juicio previo. Y antes de ser fusilada en la tapia del cementerio de Gilet, arrebató con viveza el arma al verdugo que intentó violarla antes de disparar. Entonces uno de los sacerdotes compañero del martirio, D. José Ruiz, le dijo que no perdiera la ocasión de entrar triunfante en el cielo. Reflexionó inmediatamente, entregó el arma y pidió perdón públicamente por su cobardía. Seguidamente pidió la absolución a D. José, ofreció el perdón a sus perseguidores y aceptó los tiros de muerte mientras gritaba: Viva Cristo Rey. Era el 29 de octubre de 1936 al amanecer.
Traslado de sus restos
La exhumación, reconocimiento y traslado de los cadáveres se realizó muy pronto. Los mismos del Comité las enterraron en el cementerio de Gilet en una fosa común, con las otras personas que acababan de fusilar. Al terminar la guerra, los cadáveres de las Hermanas fueron reconocidos fácilmente ya que los cuerpos y sus ropas estaban bien conservados. Se trasladaron a Foyos y se colocaron en unos nichos hasta pasarlas al Panteón de los Mártires de la Parroquia, junto con tres sacerdotes y 11 seglares, fusilados por su condición de católicos. El 13 de marzo de 1996, el Tribunal eclesiástico que dirigió la exhumación y conservación de los restos de las mártires, con el Juez Delegado del Sr. Arzobispo, D. Francisco Vinaixa Monsonis, el Párroco y parientes de los Mártires, el enterrador, forense, miembros de la funeraria y público se procedió a la exhumación de los restos. La funeraria los trasladó al Colegio de San Juan Bautista de Valencia donde se procedió a su limpieza, siendo depositados en unas urnas nuevas, lacradas, y al final se trasladaron a la Casa de San Eugenio, donde en un pequeño panteón reposan, junto con los restos de otras Hermanas, esperando la resolución de la Iglesia sobre la autenticidad de su martirio. Desde el primer momento de su fusilamiento gozan de la fama de verdaderas santas mártires.
Beato José Ruiz Bruixola, sacerdote. 28 de octubre. Párroco de San Nicolás en Valencia, Presbítero y Mártir.
En la aldea de Gilet, en Valencia, España, José Ruiz Bruixola (1857-1936), presbítero, fue reconocido mártir por la Iglesia al morir durante la persecución Persecución Religiosa de los Años Treinta en España. Nació en Foios y estudió en el Seminario de Valencia. Ordenado en 1882, fue coadjutor de Quart de Poblet y después estuvo en varias parroquias de la capital. Destacó por sus atenciones a los pobres y enfermos. Amigo de don José Bau, formó con él una escuela de espiritualidad para el clero. Siendo párroco de San Nicolás de Valencia, fue capturado y fusilado durante la guerra civil en Gilet, Valencia, por ser sacerdote. Martirizado a los 79 años.
ORACIÓN
Oh Dios, gloria y corona de los mártires, que escogiste para el sacerdocio ministerial a tu Siervo José Ruiz Bruixola y le concediste asemejarse a tu Hijo en una muerte como la suya: te pedimos alcanzar por su intercesión las gracias que ahora te suplicamos y verle glorificado para bien de tu Iglesia. Por Jesucristo N.S.
Amén.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
María, Reina de los Mártires, acoge nuestra oración.
(Con las debidas licencias).