He aquí un tema que despierta curiosidad, pero demasiadas veces desde el interés por el espectáculo, de los escépticos o de los que tienden a convertirlo en esoterismo. Sin embargo, es un tema lo suficientemente profundo como para tomárselo en serio.
Dios no nos preserva de la acción de los demonios porque son criaturas libres y que, paradójicamente, contribuyen a nuestra salvación. La acción del demonio no nos quita libertad sino que son nuestros actos los que nos quitan la libertad. Además, las tentaciones que nos llevan a pecar no tienen porque venir del demonio, pueden provenir de nosotros mismos o de los demás.
Lo que podamos hablar del demonio no será más de lo estrictamente necesario, porque Dios es quien merecer ser anunciado, alabado y adorado, y sólo Dios es el centro. Si hablamos de Satanás, es para que conozcamos su existencia y su modo de actuar; para que seamos conscientes de que tenemos un enemigo y conozcamos las estrategias para poder vencerle.
A continuación, tenéis un resumen de la doctrina de la Iglesia respecto a este tema.
1. La Revelación nos transmite el conocimiento de que “antes” de la creación material, hubo una creación de seres inmateriales que llamamos ángeles. Éstos ángeles fueron creados para vivir en comunión con Dios y para vivir en su alabanza; y además, Dios tenía preparado un designio secreto para ellos: servir al hombre y ayudarle a alcanzar su destino. Como seres personales, tienen racionalidad y libertad, si bien su racionalidad es mucho más perfecta que la nuestra. De entre estos ángeles hubo algunos que tuvieron envidia del hombre (Sab 2, 24) y en lugar se servirle, le tentaron para hacerle caer; éstos ángeles, al usar su libertad para desobedecer a Dios, se corrompieron a sí mismos y se “convirtieron” en demonios.
2. Por tanto, los demonios no son mitos ni metáforas ni personificaciones del mal. No es cierto que el Señor hablase de los demonios adaptándose a los tiempos en que vivió puesto que en muchas cosas Jesús se salta la mentalidad de su época e introduce conocimientos nuevos. No es cierto que las manifestaciones diabólicas del Evangelio sean simbólicas ni casos de enfermedades que en la época se asociaban con el demonio, puesto que los exorcismos de Jesús son acciones claras en las que no “finge” echar demonios ya que nos estaría engañando y haciendo creer cosas que no son ciertas. Además, la existencia del demonio y su actuación están patentes en la vida de la Iglesia, que tiene un ministerio propio, el de exorcista, para erradicar la actuación del mal, que cuenta con mucha experiencia, y no sólo en el cristianismo.
3. Los demonios son seres espirituales, en cierto sentido superiores a nosotros pues no están atados al tiempo y al espacio ni a sus leyes como lo estamos nosotros, y además son más inteligentes que nosotros. Existen verdaderamente y actúan en el mundo. Dios, que es bueno y no retira el ser a las criaturas, les mantiene en la existencia por amor, puesto que no se arrepiente de nada de lo que ha creado (Sab 11, 24). No puede desaparecer del mundo, puesto que el Señor no odia nada de lo que ha creado: "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado?" (Sab 11, 24 - 25).
El demonio, al estar en la creación, pueden influir en el mundo, y Dios permite su acción porque nada de lo que haga podrá hacer fracasar su plan de amor e incluso, con su acción, contribuye a manifestar de un modo más pleno su amor y su gloria.
4. Parece haber un demonio superior, al que la Escritura llama Satanás, que significaría “el acusador”, pero no es el único. No sabemos el número de demonios que existen, si bien la Escritura menciona a algunos como Azazel, Asmodeo o Legión. Del mundo demoníaco en sí muchos demonólogos tratan de enseñar, pero en el mundo del enemigo es difícil adquirir certezas, puesto que es el padre de la mentira (Jn 8, 44).
5. El enemigo tiene tres modos de influir en la realidad.
- Tentación. La Sagrada Escritura nos cuenta que la tentación en el hombre puede provenir del demonio, que le sugiere y le influye para hacerle desobedecer la voluntad de Dios, como vemos en el relato de Adán y Eva (Gn 3, 1), y aún más claro en las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4, 1). Sin embargo, la Tradición cristiana nos enseña que la tentación no proviene sólo del demonio. También puede provenir de uno mismo, o de otros seres humanos. Efectivamente, Satanás no fue tentado por nadie, sino por sí mismo; del mismo modo nosotros podemos ser tentados por él, por nosotros mismos y por los demás. La tentación se vence con la ayuda de la gracia; y si se lleva a cabo y se cae en el pecado, se erradica a través del Sacramento de la Confesión.
- Posesión. Uno o varios demonios pueden enraizarse en el cuerpo de una persona, “poseyéndola”. Sobre este tema las películas han hecho más daño que bien. En principio, para que un demonio entre, es necesario “abrirle la puerta” mediante el satanismo o algún tipo de magia o invocación de fuerzas. Si una persona queda poseída, no va por la calle dando gritos y mordiendo a la gente; puede vivir una vida normal, y no es en nada diferente a las demás, pero puede comenzar a experimentar fenómenos extraños o una serie de sensaciones que le hacen sospechar que algo pasa. El único modo de conocer si una persona está poseída es realizando un exorcismo, en el cual sí que pueden darse signos de la presencia del mal en la persona. La posesión se erradica, pues, con una o varias sesiones de exorcismos.
- Influjo. El enemigo puede influir en cosas, personas, animales o lugares, manifestando de algún modo su presencia a través de presencias, ruidos, olores, movimientos, etc. Su objetivo es inquietar, infundir temor y alejar de Dios, pero habitualmente consigue lo contrario. El influjo diabólico puede adoptar diferentes formas: infestación, opresión o obsesión diabólicas.
a) Infestación. El enemigo puede poseer o habitar un lugar, o un animal. A través de una bendición, o en casos más graves de un exorcismo puede ahuyentarse su presencia.
b) Opresión. El enemigo influye en la persona, o a su alrededor, haciendo cosas “extraordinarias”.
c) Obsesión. El enemigo puede influir en los pensamientos introduciendo pensamientos negativos para causar mal a la persona o hacerla pecar.
La posesión diabólica no es algo que ocurra durante algunos momentos sino que una persona puede estar poseída aunque no siempre se manifieste esa presencia. Últimamente se está comprobando que muchas posesiones demoníacas se producen en personas que han recurrido a la magia, la hechicería, la brujería, conjuros, curandería, maleficios, quiromancia, horóscopos, médiums, güija, energías, adivinación, esoterismo, reiki, piedras energéticas, y otras muchas invocaciones de fuerzas que no son Dios. Estos fenómenos constituyen una puerta abierta al enemigo, y están causando cada vez más problemas de tipo demoníaco. Un persona poseída puede ser liberada mediante exorcismos, pero debe llevar después una vida de fe íntegra, para evitar que el demonio vuelva a entrar (Mt 12, 43).
Los influjos diabólicos se pueden erradicar con el exorcismo, pero también se puede resolver mediante una oración de liberación; dicha oración de liberación la puede hacer el obispo, un presbítero, un diácono e incluso un laico. En cualquier caso, el ministro jamás puede dirigirse al demonio (cosa que está reservada al exorcismo), sino que la oración debe dirigirse a Dios para que en el nombre de Jesús libere a la persona afectada.
La influencia del demonio sobre nuestras vidas sólo llegará a desaparecer con el paso a la Vida Eterna del Cielo, cuando sea encadenado y arrojado al abismo (Ap 20 y 21).
De las tres maneras de actuar el demonio, la más peligrosa no es la posesión, como podría parecer, sino la tentación, porque ella nos puede llevar a pecar, a desobedecer a Dios y si no nos convertimos, a la infelicidad y a la condenación. La posesión y la opresión diabólicas no conducen al infierno, ni siquiera al pecado. Son acciones que el demonio hace por rabia para quitarle el protagonismo a Dios y para infundirnos miedo, de modo que nos alejemos de Dios. Pero la mayor parte de las veces su actuación lo que produce es precisamente que nos acerquemos a más a Él y comprobemos su poder absoluto sobre el mal, que no puede resistir el Nombre de Jesús y tiene que someterse, estremecerse y huir.
6. El demonio no es igual a Dios, es una criatura suya. Los cristianos no creemos en dos fuerzas iguales enfrentadas. Jesucristo derrotó absolutamente al demonio, y nos da el poder de vencerle, si creemos en Él.
7. Los demonios actúan a pesar de que ello contribuye al plan de salvación de Dios permitiéndole manifestar su poder sobre el mal. Lo hacen porque son seres que se han corrompido en su esencia y que, por tanto, viven esclavos de sus pasiones y su inteligencia está nublada por su odio. No puede evitar atacar y hacer daño cuando ve una oportunidad, aunque sepa que a la larga le va a hacer sufrir y va a contribuir al bien del hombre; es como un niño caprichoso o un hombre que se deja arrastrar por sus apetencias sin importarle las consecuencias de sus actos.
Satanás no busca reinar, sino que “sabe que le queda poco tiempo” (Ap 12, 12). Él sabe que está condenado, no es feliz, ha elegido la tiniebla, el odio y la tristeza. Él no piensa en si el mundo se puede autodestruir por su influjo, porque sabe que Dios ya le ha vencido y que mostrará plenamente su victoria tarde o temprano; simplemente, no puede resistirse a su odio y desesperación, y por eso hace el mal, aunque sepa que al final su actuación contribuirá a la salvación del hombre y a la gloria de Dios.
El demonio no elige a gente que le sirva, sino que hay personas que se ponen a su servicio para conseguir algún tipo de beneficio que él les pueda conseguir, puesto que es el príncipe de este mundo (Jn 12, 31; Jn 14, 30; Jn 16, 11). Son las propias personas que se introducen en el satanismo o venden su alma al diablo; así pueden conseguir algún beneficio durante un tiempo, pero al final el enemigo les arrebatará todo lo que pueda, puesto que no hay compasión en su corazón. Como el demonio no puede borrar el deseo de Dios del corazón de nadie, hay personas que reconocen el daño que les ha hecho recurrir a Satanás y se arrepienten. En esos casos tienen que acudir a un exorcista y llevar un proceso serio de conversión a Dios. Hay muchísimos casos así, pero no son públicos.
Fuentes y consultas recomendadas:
- ¿Cómo actúa Satanás? de Jesús María Silva Castignani.
- Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la demonología.
- Jesús está vivo de el Padre Emiliano Tardif (el carisma de sanación y el de liberación).
- Artículo sobre el Ritual de Exorcismos, que explica la naturaleza de este fenómeno.
- Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre las oraciones de liberación.
- Carta de los obispos norteamericanos sobre el fenómeno del Reiki.